Daniel Décima
Actor y fan
Tal vez la afirmación del título no sea la mejor publicidad para alguien que se dedica a luchar contra malhechores todopoderosos y, cada tanto, a salvar el mundo, pero sin dudas es la premisa que hace del Hombre-Araña uno de los personajes más queridos del universo ficticio de superhéroes.
Es que dentro del poderosísimo panteón de personajes que nos ofrece esta suerte de mitología contemporánea en la que se ha convertido la literatura fantástica y el comic (sin equipararlas ni compararlas), un héroe de barrio se alza con el premio al que más expectativas genera en los fanáticos a nivel mundial. En esta ocasión el estreno de su nueva película “Spider-Man: Sin camino a casa” ha llenado las redes y los otros medios con opiniones, pronósticos, exageraciones, rumores, teorías y memes.
La comunidad de fans que sigue las aventuras de Spider-Man, ya sea en papel, en cine o en cualquier otro soporte de entretenimiento, no son solo fanáticos. Son… somos (obviamente me incluyo entre ellos) personas que cuando nos preguntan porque nos gusta algo que es “para niños” podemos hablar durante horas de ello, pero no para negar o contradecir esa pregunta sino para, estoicamente, defender nuestra postura.
Esa devoción sólo la puede generar una celebridad (real o ficticia), un artista, un deportista y hasta un político… pero generalmente son personas exitosas con las que se tiene cierta empatía. Pero el “éxito” es la principal diferencia con un devoto de Spider-Man: este sabe que sólo hay un héroe con el que es más fácil identificarse que con el de la araña en el pecho, y ese héroe no es otro que Peter Parker, el joven adulto debajo de la máscara. Un don nadie que debe preocuparse no solo de ocultar su identidad para proteger a sus seres queridos, sino que también debe pagar el alquiler, sus impuestos y ahorrar para darse un gustito como cualquier hijo de vecino. Y es ahí donde la historia del superheroísmo cambia para siempre, y donde el fan entiende que no solo de grandes hazañas viven los personajes extraordinarios.
A finales de la década del 30, un recién nacido genero de comics tiró de una trompada la puerta grande con la creación del superhéroe por antonomasia, Superman, un ser con tanto poder que podía luchar con un ejército alienígena y salvar al planeta sin despeinarse y todavía le quedaba tiempo para tener un amorío con la damisela en peligro del momento, Lois Lane. Y ese fue el modelo a seguir a partir de entonces: con algún súperpoder lograrías el éxito más inalcanzable y así conseguirías al amor de tu vida. Fin.
Por alguna razón, el legendario creador de comics Stan Lee creyó que identificarse con ello era desilusionante. ¿Cuantos íbamos a alcanzar nuestras metas con un golpe de suerte? O ¿por qué un golpe de suerte nos garantizaría la gloria? De hecho se burló de eso y creo un personaje a quien su golpe de suerte (picadura de una araña radioactiva) más que solucionarle la vida se la complicó y mucho. ¿Cómo ocurrió eso, si ahora tenía los poderes equivalentes a una araña humana? Fuerza, agilidad, resistencia, sentidos mejorados y otros beneficios que en los 60 la gente creía que la radioactividad podría proporcionar. Guiño. ¿Cómo, con todos esos poderes tan deseados por la mayoría, la vida no sería mucho más fácil? Simple. El malvado señor Lee le inoculó poderes al tiempo que le enseñó, con la pérdida de su tío Ben, que “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”, leit motiv del personaje por seis décadas. La responsabilidad no tenía nada que ver con el éxito. Es decir, ahora no solo tenía que hacer lo que cualquier adolescente (aunque esté picado por un bicho), sino que debía enfrentarse a cuanto malote alterase el orden público, al tiempo que tenía que hacer cola en el comercio del barrio sin que nadie le dijese “pase usted, que nos salvó del fin del mundo”, porque la misma máscara que evita que su familia corra peligro, es la que le arrebata la fama.
En el caso de los poderes adquiridos, tampoco le tocó la lotería. No es el más fuerte, ni el más veloz, ni el más resistente. Tampoco le tocó nacer millonario y ni con las habilidades sociales más atrevidas. Encima de todo, un nerd y en el sentido estricto de la palabra, con pocos amigos y mucho bullying.
Esto nos lleva de nuevo a que Spider-Man es un héroe fácil de vencer. El problema está en que su verdadero yo, Peter Parker, se va a volver a levantar. No importa cuanto lo golpeen, cuanto lo maltraten, cuantos pisos limpien con su cara. No hay nada peor para un supervillano que derribar al superhéroe pero que el hombre bajo la máscara se termine levantando.
Un fanático, con un poco de esfuerzo, puede identificarse con alguien que podría destruir el sol con sus propias manos si quiere, pero, como fiel fanático del trepamuros, siento que tal vez sea más fácil sentirse identificado con alguien que después de luchar el día a día y con poco a favor, sigue poniéndose de pie. Esa es la magia de Spider-Man: ser alguien que sin tener el éxito asegurado debe probarse a sí mismo y, con el pronóstico en contra, salvar el día.